Las
personas con poca escolaridad tienen altas probabilidades de entrar en el mundo
delictivo. La escuela es un factor de riesgo de conducta delictiva tanto en la
infancia como en la adolescencia del sujeto. La escuela, es junto a la familia,
el otro gran agente de socialización de nuestra respectiva sociedad, en la que
los niños y adolescentes aprenden a tener comportamientos socialmente
correctos, acorde con las más elementales normas de una convivencia pacífica en
sociedad. No se debe olvidar que la época escolar es un tramo de la vida de las
personas por el que todo niño debe pasar, y que incide profundamente en su
desarrollo personal.
En la escuela, además de aprender una serie
de materias que conformarán una base cultural, se enseña, o en su defecto, se
debería enseñar a los niños, sobre todo, a como deben comportarse, a cual debe
ser la relación con sus compañeros, con los profesores y con el resto de la
comunidad, de tal forma que se realice la socialización del individuo, con el
objetivo de convertirlo en un buen ciudadano.
El éxito escolar es uno de los mejores
preventivos de la delincuencia; "el más seguro, pero más difícil medio de
evitar los delitos es perfeccionar la educación", señalaba Beccaria, ya
que esta puede ir asociada a negativas experiencias escolares, tales como: el
fracaso escolar, el abandono temprano de los estudios, entre otras.
"Un pobre rendimiento académico se
relaciona no sólo con el comienzo y la prevalencia de la delincuencia, sino
también con la escala en la frecuencia y en la gravedad de las ofensas",
señalaban Maguin y Loeber.
La escuela, que en principio debía ser,
junto a la familia, uno de los principales apoyos en la educación y
socialización de los niños y jóvenes, resulta que es también uno de los
principales factores criminógenos de la delincuencia infantil y juvenil, ya que
con el fin de socializar al individuo, según los valores de la sociedad en la
que se encuentra, se estimula un fuerte sentido del individualismo y
competitividad, acompañado con las altas exigencias educativas. Este espíritu
competitivo impregna en la vida del niño y le condiciona en su comportamiento
frente a la escuela y frente a sus compañeros, dando como resultado acciones
delictivas que obedecen a ese espíritu de competitividad que se le sembró al
niño.
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