EL DISCURSO CRIMINOLÓGICO EN AMÉRICA LATINA Y SU CRÍTICA (2003)
Maribel Lozano Cortés1
1 Profesora-Investigadora de la Universidad de Q. Roo, Unidad Cozumel
2 Con el puro hecho de hablar de adaptación o readaptación nos permite deducir que es una ideología propia de la clase social en el poder, ya que está orientada hacia la permanencia de un orden establecido.
La readaptación social es una ideología específica, si consideramos que la ideología es la concepción del mundo de una clase o fracción de clase que le permite expresar sus intereses. Se manifiesta a la vez como código de conducta para la acción, en voluntad, para la conservación o transformación de las relaciones sociales, materializándose en instituciones que le dan vida práctica.
De acuerdo a este enfoque hay ideologías cuya función es la cohesión social u otros que son de ruptura y oposición al tipo de sociedad en la cual se vive, independientemente de su valor epistemológico, es decir, que sean falsas o verdaderas (Gramsci Antonio, 1975).
El discurso criminológico se construye con el avance de las diferentes disciplinas, de los diferentes saberes científicos que se desarrollan a partir del Siglo XVIII y XIX en Europa, que apegándose al desarrollo de las ciencias naturales, buscan estudiar el comportamiento del hombre con el fin de transformar y disciplinar su conducta de acuerdo a los intereses del desarrollo capitalista. Se crea una serie de "saberes" que tomando como modelo las ciencias naturales intentarían, en adelante, definir, medir, clasificar, y "curar" a sus objetos de estudio. Se habla entonces de readaptación del infractor, que basa su discurso en la incidencia de la ciencia para modificar al hombre2. Apoyándose en principios positivistas se afirma que si el hombre ha recurrido a la ciencia para transformar la naturaleza, a su vez el conocimiento científico puede influir a unos hombres en la conducta de otros (Sandoval Huertas, Emiro, 1982, pp.66-101)
En América Latina, a pesar de los avances que ha tenido la criminología crítica desde finales de los setenta del siglo pasado en este lugar, aún sigue predominando el discurso tradicional de la criminología clínica positivista para el estudio de la delincuencia. Se continúa adoptando un paradigma epistemológico de tipo etiológico, donde la violación de una norma, sólo puede explicarse por una relación causal que liga el hecho delictuoso con las características biopsicosociales del individuo, con su peligrosidad social. El delito es una consecuencia previsible o determinada por las condiciones del sujeto que lo comete. En consecuencia parten de la idea de que las conductas descritas en la ley penal tienen una realidad ontológica preconstruida. Al aceptar como absolutas las definiciones legales, asumen consciente o inconscientemente una concepción jus naturalista, donde los valores tienen una existencia anterior al derecho positivo, el cual sólo los descubre y describe. Saskab. Revista de discusiones filosóficas desde acá, cuaderno 4, 2003, ISSN 2227-5304 http://www.ideaz-institute.com/sp/CUADERNO4/C43.pdf
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De esta manera, en toda América Latina, el positivismo sentó las bases "científicas" de un modelo de intervención penal sobre los considerados como infractores; se presuponía una previa patología en el sujeto desviado o infractor que debía ser tratada a través de una pena. Se construyó de ese modo un modelo correccionalista preocupado por clasificar, separar y corregir "tendencias" y "estados peligrosos". Serán clasificados los detenidos como anormales y consecuentemente, potencialmente peligrosos, necesitados de atención y de control.
Es pues el discurso que asumen los especialistas que laboran en el sistema penitenciario de América Latina que, como ya señalábamos, apoyados en el avance de las ciencias experimentales, buscan medir, clasificar y transformar el comportamiento del individuo considerado como infractor. Se construye un estereotipo de infractor, una definición de lo que es ser normal o anormal, de lo es ser delincuente. Se busca seguir los lineamientos de la ciencia positiva que considera que lo que no es demostrable en datos objetivos-medibles, no es válido.
Y es así que se considera al sujeto que sale de la norma jurídica y social establecida, como un objeto que hay que clasificar de acuerdo a sus características específicas de personalidad y no como un sujeto histórico-social, que participa en la construcción o transformación de su contexto social, pues bajo la óptica del positivismo criminológico la realidad se presenta determinada, "ya dada" y estable, ya que detrás de la potencia positivista de pensar, la ciencia tenía una concepción estática y desubjetivada de la realidad. Los sujetos no tienen ningún papel activo en la sociedad. La conducta está predeterminada y el papel de la ciencia es el de la predicción.
El sujeto entonces, no define, no crea su realidad. La acción humana es concebida como el producto de ciertos factores determinantes de la estructura que sirven para explicar la acción (ya sean estímulos fisiológicos, impulsos orgánicos, motivos inconscientes, necesidades, normas, valores, mecanismos del sistema social o prescripciones culturales). Desde esta formulación, el individuo deviene poco más que un mero medio o escenario donde operan los factores que producen la conducta (Mead, 1993, p.155).
En otra línea de pensamiento y apoyados en el interaccionismo simbólico, las teorías de la reacción social sostienen que el delito es una realidad social construida. La conducta no tiene en sí misma la calidad de delito, esta calidad se la da la reacción social, a través de procesos de interacción cognoscitivos y prácticos.
Se parte del hecho de que la realidad es una construcción social. De que el hombre al interactuar con otros hombres crea su realidad. Premisa que comparten los teóricos del interaccionismo, del materialismo dialéctico, de la hermenéutica y otras teorías críticas que conciben al hombre como un ser activo frente al ambiente, con la posibilidad de moldearlo y viceversa, siendo el individuo también flexible para adaptarse Saskab. Revista de discusiones filosóficas desde acá, cuaderno 4, 2003, ISSN 2227-5304 http://www.ideaz-institute.com/sp/CUADERNO4/C43.pdf
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a su medio social. Esta concepción se opone así, a la visión tradicional del positivismo que veía al hombre como el reflejo del medio ambiente, como un ser más bien pasivo en el que el medio social se plasma de manera determinista.
Con esta postura se subraya el antideterminismo y la reflexión creativa de los seres humanos, vinculados siempre a una situación determinada en tiempo y en espacio. Como afirma el interaccionismo simbólico de Mead (1993), que los hombres no están abandonados a los estímulos del medio ambiente y de sus necesidades naturales sino que cuentan además con la posibilidad de reaccionar confirmando o desviando comportamientos establecidos y de dar sentido a sus acciones a través de su capacidad de lenguaje.
El lenguaje o palabra entendida como símbolo, según Mead, presta a la interacción entre personas la posibilidad de transmitir sus intenciones, de discutir sus expectativas y de plantear alternativas a sus propias acciones. El significado de las palabras se elabora en el curso de la vida cotidiana a través de la "interacción" o "subjetivización". Así el significado no es un "concepto" o "componente psíquico" del signo, sino un resultado objetivo derivado del desarrollo de las relaciones de la acción social.
La idea de Mead de que el lenguaje es un medio, tanto para la coordinación de la acción como para la socialización, parte de la idea siguiente: un sujeto hace una emisión expresiva que se refiere al mundo subjetivo del sujeto. Pero este mundo subjetivo lejos de ser una abstracción está vinculado con relaciones interpersonales; de manera que este mundo subjetivo no es una mera arbitrariedad sino que tiene que ver directamente con lo social. Self y Society son las rúbricas bajo las cuales se estudia la construcción del mundo social y del mundo objetivo complementarios uno del otro.
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